No tengo ganas de levantarme por las mañanas, no quiero ir a la universidad, no quiero ir a trabajar y no quiero salir. Escucho canciones mamonas para ponerme a llorar. Leo libros mamones para llorar aun más. Repaso las cosas que le dediqué, que me dedicó. Leo las cartas que me escribió, las promesas que no cumplió, las cosas que me regaló. Cada película que vimos juntos, cada lugar de Santiago que recorrimos. Las veces que el me iba a dejar a lugares lejanos muy temprano en la mañana, o me iba a buscar en la noche, en micro, con la única intención de asegurarse de que llegara bien a destino. He perdido el interés por lo que antes me apasionaba. Fue tanto el tiempo juntos que ya no tengo amigos, y ahora me encuentro sola. Siento esas ganas impetuosas de llamarlo, de decirle que lo odio por todo lo que paso, que lo amo con todo el corazón, que es lo peor y mejor que me ha pasado. Quiero que me olvide, que no sufra por lo nuestro, pero a la vez que me necesite con todas sus fuerza, que muera por volver.
La mezcla de sentimientos es enorme, y todas mis energías se encuentran en mis ganas de gritar, llorar, amarlo, putearlo, sentirlo.
No es que quiera sufrir para siempre, pues lo único que quiero es que esta mezcla de odio y amor profundo se acabe. Solo es la manera en la que puedo ser más fiel a mis sentimientos, respetarlo como un duelo personal. Sufrir hasta que ya no quede motivo por el cual hacerlo. No lo quiero olvidar, solo quiero dejar de recordarlo como lo hago ahora.